Cada vez mas a menudo, mis sueños me llevan de regreso a mi antiguo «hogar», un mundo distinto, más allá de las estrellas. Este lugar, más avanzado que cualquier cosa en la Tierra, resplandece con una belleza incomprensible para los que nunca han dejado la comodidad de su gravedad.
Las ciudades de mi «mundo» se elevan como monolitos majestuosos, desafiando las leyes de la física con su altura. Están construidas con metales desconocidos para la ciencia actual, brillando con una luminiscencia que parece capturar y reflejar la luz de las estrellas circundantes. En la noche, estas estructuras parecen faros, guías para los viajeros, sus luces titilantes en un diálogo constante con los astros.
Lo más fascinante de estas ciudades no son solo sus impresionantes edificios, sino cómo están conectados. Puentes de luz, tan reales y sólidos como el acero, pero hechos de pura energía, se extienden entre las torres y edificios. Circular por ellos es como flotar en el aire, con la galaxia desplegándose a tus pies.
Rodeando estas maravillas arquitectónicas hay campos de energía iridiscente, un espectáculo de colores que danza en el aire. Estos campos no solo son hermosos, sino que también son parte esencial de la vida en mi «mundo». Protegen las ciudades de los elementos y mantienen el equilibrio ecológico, permitiendo que la naturaleza y la tecnología coexistan en perfecta armonía.
En este mundo, la tecnología ha alcanzado un nivel casi mágico. La comunicación se realiza a través de energía, la energía es ilimitada y limpia, extraída del propio planeta, y la enfermedad y la vejez son conceptos del pasado. Vivir allí es vivir en un sueño constante, un lugar donde la realidad supera a la fantasía.
Sin embargo, por más que estos sueños me llamen, me despierto siempre en la Tierra, anhelando el «hogar» que una vez conocí.
